Diseñadores de tipos o plagiadores del alfabeto
Sorprendida ante la invitación de comentar este trabajo de Francisco Gálvez, porque –y creo prudente confesarlo:– me torno consciente de la calidad de este trabajo más por los comentarios de quienes se dicen expertos del arte tipográfico que por mi propia sensibilidad, que ha caminado otros paisajes como son el piano y la cocina… no entiendo todavía por qué me pidieron a mí escribir este texto. Pero lo hicieron con gentileza y soy mujer educada, así que cumplo mi promesa y me dispongo a la tarea. Sólo espero que el resultado sea lo suficientemente discreto, y que si el conjunto no logra honrar a la elegancia, que al menos con ella coquetee.
Ya es palabra común entre los amantes del libro que don Mauricio Amster, diseñador de origen polaco, contribuyó seriamente a las artes gráficas de Chile, en particular al libro. Sin mucha certeza de si Amster merece homenajear a Amster y viceversa, o todo lo contrario, de buenas a primeras me resulta prudente que un diseñador (Gálvez) evoque en su trabajo el trabajo de otro diseñador (Amster), así elípticamente, en lugar de zambullirse escandalosamente en el penoso pantano del ego, del que tantos creadores no logran salir. ¿Qué dirían Freud o Lacan? Probablemente se habrían aburrido. Sin contar que ya es raro que un diseñador de letras se sienta el autor de las mismas cuando todos sabemos que el alfabeto lo inventaron los epigrafistas de la Antigua Roma… bueno en rigor lo copiaron del griego, quienes lo heredaron de los fenicios, y parece que no lo inventaron ellos tampoco sino que lo tomaron de pueblos más sabios del Sinaí, con el único propósito de garabatear en sus tablillas de barro los productos que comerciaban por el Mediterráneo: 13 ovejas, 7 cabras, 2 atados de carne seca, 6 puñados de aceitunas verdes. Macerar las aceitunas con abundante orégano y ají rojo en aceite de oliva. Si el cabrito no es muy grande y aun vive dejarlo ir en compañía de su madre y sus hermanos en el monte. Cómase una buena tarta de zapallitos y deje de atormentar a los animales bichitos del Señor. No importa qué palabras se empeñe Ud en escribir, todo lucirá bien si las compone con la tipografía Amster. No se la puede engañar.
Cómo reconocer la dignidad en tipografía
Leo en un comentario sobre este diseño de Gálvez publicado en PampaType en 2015 que las letras tienen “una energía singular”. Es cierto que las curvas de estos caracteres resultan particularmente limpias y las partes negras y las partes blancas de cada signo están como en una tensión armoniosa. Pero de allí a decir que tienen ¿energía? me parece excesivo. Para que las letras tengan energía primero habría que creer que el universo es energía, con el riesgo que eso tendría para todas nuestras creencias. Dejo al lector que ajuste el mundo al tamaño de su mirada. Yo prefiero ponerlo así: los caracteres de Amster tienen una distribución armoniosa de blanco y negro, una relación agradable de forma y contraforma, tienen un ritmo, un swing, una tensión tal que las palabras resultan, además de fácilmente legibles, muy elegantes, y hasta poéticas. Si Ud mira con cuidado verá que una palabra en Amster es como un pequeñito monumento a la palabra. El conjunto del texto exhala dignidad, buen porte, precisión, certeza, cualidades que así combinadas son muy difíciles de encontrar en el vasto universo tipográfico. Lo inconmensurable se vuelve manejable si uno se pone exigente. Y esta tipografía, conviene decirlo, es para gente exigente. Amster es el resultado de un lento maridaje entre tradición y modernidad. Gálvez, costurero abnegado, trabajó durante 7 años en ello. No es nada si se lo compara con la historia del alfabeto, claro. Pero en la vida de un mortal 7 años es mucho tiempo. La tipo Amster ha sido concebida con una mirada fresca de la historia pero desde un ejercicio minucioso del amor por el trabajo y el respeto a las palabras. Respetar las palabras es quizás la clave. Pero ¿quién será este Francisco Gálvez, me pregunto, como para creerse en la libertad de crear un objeto semejante?
Todo lo que puedo decir de esta tipografía Amster es que todos sus pesos logran un gris muy parejo en los panes de texto. Esto parece ser algo muy importante para los diseñadores editoriales, quienes a menudo confunden una edición con un conjunto de bloquecitos: bloquecitos de texto, bloquecitos de imagen, bloquecitos de blanco, bloquecitos. Te arman una retícula de líneas y módulos, y se pavonean muy orondos de que la geometría rija sus decisiones. Todas. De hecho se los puede reconocer fácilmente en la calle: cuando van a comprar pan a la esquina caminan por la vereda de un modo consistentemente estructural, por ejemplo que los pies no pisen las separaciones entre baldosas, o que los pies pisen siempre baldosas del mismo color, o de la misma línea. Si Ud se encuentra uno en la calle haga caso omiso, no entienden razón. Y si Ud tuviera una peor suerte y se encontrara al mismísimo Francisco Gálvez, por las dudas salga corriendo en la dirección opuesta. Los diseñadores de tipografías no pueden ser gente normal.
De insectos y embutidos
Otro comentario que escuché: “las letras de Amster son como mariposas”. Quiero suponer que se refiere a que pueden volar. Si no, no se. Como la historia del niño que deshojaba mariposas para saber cómo volaban. Todo lo que descubría era que sin alas las mariposas ya no podían volar. De nada servían las advertencias de su abuela: “puedes cazar una mariposa pero no su vuelo” o “si te gustan las mariposas lo mejor es admirarlas” o incluso “basta de tirarle mariposas a los chanchos”… pero en el niño prevalecía el ingenio a la contemplación (o acaso prevalecía su grave sordera) porque pronto acabó con todos los insectos voladores de la región. Ya de grande le dio culpa y, creyendo compensar el daño perpetrado, puso un puesto de choripanes mariposa al pie del cablecarril de Valparaíso. El eslogan ponía “choripanes ligeros como para irse volando”. Ricos los chorizos la verdad.
Pero el tiempo apremia. Debo proseguir con esas Versales Iluminadas que la atormentada imaginación de Gálvez se ha ocupado en dibujar. Qué manera de complicarse la vida, me digo, cuando todo mundo podría usar Helvetica y dejarse de molestar. Le pedí a mi querido amigo Pedro Gutiérrez Muñón que nos regalara alguna rima. Él, que no tiene mucha experiencia en décimas (y en rigor nunca escribió ningún poema pero lo queremos tanto), me regaló estos versos de abajo.
Le pido que ceda ya su resistencia, estimado lector, y se deje convencer, así yo voy redondeando la introducción. Lo invito sin más a que contemplemos juntos estas letras de Amster, que no se ven todos los días, y las disfrutemos mientras estén vivas. Y lo estemos nosotros.
Si las páginas de un libro admiras
y sus detalles iluminan tu alma
deja que tu corazón se abra
a la elegancia noble que estilan.
Si por las iniciales amor cultivas
y en sus detalles lates, floreces
es muy probable que dejes
por una inicial a tu amada
que la Amster Versal Iluminada
super guapísima te mereces.
(Décima de Pedro Gutiérrez Muñón)
Algunos comentarios de la prensa
“Granjeros y animales, curas y demonios, ciudadanos y borrachos, criminales y víctimas, todos danzan juntos en este sorprendente bestiario de letras, ideal para ficción y atmósferas poéticas.” José Luis Escabeche (autor de la novela La sempiterna gotita de sudor, de inminente aparición)
“Esta danza histriónica de personajes evoca el final de “El séptimo sello”, una larga línea de personajes avanza y se pierde en el horizonte: son los muertos que van danzando felices detrás de La Parca. Ya nada puede preocuparlos.”
Quentín Florido (“El marido de la lavandera”, revista de cine, Unquillo, Córdoba, Argentina)
“Historias naturales y sobrenaturales se entretejen sin descanso en un laberinto onírico de la Biblioteca de Babel, hasta producir un no se qué, que te deja un poco mareado.”
Jorge Gutiérrez (El Saltimbanqui, Antofagasta, Chile)
“Un variopinto catálogo de eventos policiales y escenarios costumbristas de otra época, que nos recuerda que la naturaleza humana no ha cambiado un comino”
Ernestina Villoro (“Ocupadísima”, semanario de cultura literaria, artes visuales y backgammon, Puerto Mont, Chile)
Los comienzos siempre más felices que los finales
No se le escapará al lector suspicaz que el instante de comienzo de una lectura coincide con el punto más álgido de nuestras expectativas. La potencialidad de todo lo acontecible es infinita e inabarcable. Todas las cartas están al reverso. Todas las posibilidades son posibles. La promesa de felicidad, es decir la felicidad, es inconfundible. La alegría interior que gana al hambriento cuando se le sirve el suculento plato de comida, al niño cuando está a punto de abrir su regalo, a los enamorados en su primera semana de amor, es la del lector que comienza un nuevo texto. Sin embargo una vez introducido en la historia el relato se encargará de distraerlo con escenarios, personajes, diálogos, combinando imaginación y verosimilitud para convencerlo de su singularidad. Pero como consecuencia de tanto artificio sobrevendrán en la expectativa inevitables rebajas, muchas veces catastróficas. Lo cierto es que hasta que Caperucita no recupera a su abuela, Alicia no despierta de su sueño de maravillas, Pinocho y Yepeto aun están en el estómago del crustáceo y la Cenicienta aun no gana la lotería, a lo máximo que puede aspirar un final es a emparejar la expectativa inicial. Superarla jamás. Casi siempre, o siempre, decepciona, porque nuestras expectativas son siempre altas.
De seguro esto tiene un correlato en alguna verdad inexpugnable de la física: los comienzos son siempre mucho mejores que los finales. Cortázar decía que todo recae, “salimos del barro en busca de la felicidad y la conciencia y los pies limpios” pero en realidad “somos lo más que somos porque nos alteramos”. Constantemente recaemos y nos rehabilitamos. ¿Qué tiene que ver esto con la tipografía? Mucho. Si volvemos a la página: en aquel instante inicial, casi virginal, que es el comienzo de la lectura, entonces promesa fugaz de plenitud entre texto y lector, ¿qué encontramos siempre, indefectiblemente? una letra inicial.
Y bien llamada inicial porque no debería ser utilizada para continuar. Por eso los logotipos de peluquerías de barrio que quieren pasar por pitucas ponen todo en iniciales, peluquería ANABELLA. O las señales de calles en pueblitos o lugares de ambiente bucólico. Es como si en cada letra la promesa volviera a empezar, ¿pero cuando termina? O en rigor ¿cuando empieza? Una vulgar estratagema para no contar una historia! Para no verse recaer. Por eso hay que evitar el recurso, la inicial se usa al inicio y basta. No curiosamente los finales de los textos no han desarrollado sus capitulares. La promesa es al principio, que al final ya nada nos pueden hacer creer. Y la razón subyacente –terminemos con los rodeos– es que claramente es la propia capitular la que encarna la promesa de felicidad del texto. Más grande la letra, más grande la ilusión. Tamaña responsabilidad.
Miniaturas grandiosas
“Arte de la iluminación” es como se nombra elegantemente a la ilustración de libros amanuenses, y probablemente su nombre alude a que esas escenas o miniaturas iluminan la página, la visten de escenas y personajes coloridos. Y eso atrae al lector. Nunca sabremos si lo atrae a la lectura o lo atrae a la ilustración solamente (los encuestados nunca dicen la verdad), pero en el caso de los manuscritos medievales una iluminación muy colorida, sumado a la calidad del texto caligrafiado, la suavidad de la vitela, la riqueza de la encuadernación, todo en conjunto aumentaba el deseo de adquisición del libro. La producción de libros en manos eclesiásticas llegó a ser una industria floreciente. Nada más anticuado en la prensa que la leyenda “¡a todo color!” como argumento de promoción. Si la prensa siempre habló en blanco y negro es por una cuestión de costos, que la realidad siempre fue a todo color. Ahora internet volvió gratuitos los colores, así que cuidado, ya no será lo mismo.
En los manuscritos la capitular de inicio era tan importante que superaba largamente el despliegue de cualquier otro elemento del libro. Muchas veces la inicial ocupaba toda la página dejando una porción muy pequeña para el texto de inicio. Las capitulares de las revistas y diarios de hoy deben dar las gracias si acaso existen. La generosidad en el despliegue de ilustraciones y miniaturas cedió a las tacañerías de la publicidad, tanto como el consumismo se tragó el cultivo del espíritu. Un ejemplo lindo de capitales prominentes es el Miræ Calligraphiæ Monumenta, exquisito catálogo de escrituras engoladas, iluminadas con bichos y rarezas botánicas de la corte de Rodolfo II. Fue escrito por el calígrafo croata Georges Bocsay en 1561 e iluminado 50 años después por Joris Hoefnagel. Seguro está en internet.
Pero como todo mundo sabe los maestros del arte de las iniciales fueron los iluminadores de manuscritos medievales. En algunos casos fueron grandes pintores, como los geniales hermanos Limbourg, miniaturistas y músicos holandeses que iluminaron exquisitamente para reyes y princesas, y hoy son muy populares en youtube. El celebrado libro de horas Très Riches Heures du Duc de Berry de 1416 se considera su obra cumbre (y también el libro más valioso del mundo). Sin embargo pocos saben que el propio duque de Berry, quien había financiado ese exquisito volumen, haría más tarde un encargo aun más ambicioso a Paul Limbourg (el hermano del medio, con quien el duque sentía más afinidad). A cambio de volverse su valet de chambre, recibir una hacienda completa con casa y criados en los terrenos del duque, e incluso aceptar su ayuda para cortejar a la joven Gillette la Mercière de quien Paul estaba perdidamente enamorado, todo lo que tenía que hacer era iluminar una biblia. Eso sí, debía elevar a la categoría de inicial cada letra del Antiguo y del Nuevo testamento. En lugar de un texto propiamente dicho con unas iniciales que aparecían de vez en cuando, cada página del libro debía desplegar una sola letra gigante y en torno a ella una escenificación completa de cada pasaje que se cuenta en la biblia. Paul Limbourg aceptó sin chistar, el duque le ayudó a cortejar a la bella Gillette, con quien contrajo nupcias aun sin la aprobación de sus padres, los de Gillette, y se abocó de inmediato a la exhaustiva tarea encomendada por el duque. El nivel de detalle de cada escena no tenía precedentes en la historia de la pintura, mucho menos de la iluminación de libros.
Por ejemplo una página con la letra B exhibe lo siguiente: en primer plano un grupo de campesinos siembra en los surcos de un campo probablemente del duque, unos rebaños de ovejas pastan más allá, en el fondo entre las casas y posadas del pueblo se ve cómo varios hombres y mujeres se ocupan por las calles, un vendedor discute el precio de un queso con el comprador, en un tablado improvisado un grupo de actores se dispone a representar una pieza teatral, un niño corre calle arriba con una jaula en la mano y en su interior un colorido papagayo agarrado a su hamaca intenta compensar los movimientos bruscos, en la montaña bien arriba un pastor llama a sus cabras a reunirse para bajar al pueblo, al fondo bajo un sauce gigante junto al río un jovencito dedica unos poemas de amor a su amada quien parece poco convencida… Etc. Semejante nivel de detalle consumía mucho tiempo y Paul nunca llegó a completar los primeros versículos del Génesis. Así y todo el incompleto libro fue considerado herético por la Inquisición e incluido en el Index Librorum Prohibitorum promulgado por el Papa Pablo IV en 1559. Para peor, el emprendimiento tan demandante no dio tiempo a Paul para fecundar a su esposa Gillette. Ambos murieron sin descendencia, aunque dicen que se prodigaron un gran amor.
Los primeros impresores europeos, en su fervor por imitar los libros amanuenses, también hicieron pintar manualmente las iniciales de sus textos. El procedimiento era sencillo. Se imprimían las páginas dejando el espacio en blanco, por lo general cuadrado, y el miniaturista arremetía después pintando las iniciales (imposible hacerlo al revés, ningún miniaturista tenía tanta puntería). Muchas veces incluso se imprimía también dentro de ese cuadrado la letra que había que iluminar. En algunos casos en las iniciales de libros impresos se mantuvo un nivel de complejidad similar a los libros de factura amanuense, pero con el tiempo irremediablemente se fueron simplificando. Perdieron colores, figuras, ornamentación, cuerpo, peso. Las iniciales de diarios y revistas de hoy se contentan con el color negro y con un cuerpito de 2 o 3 líneas de texto (porque las iniciales se miden en cantidad de líneas claro, regirse por la cantidad de caracteres sería atentar contra la imaginación).
Cuando El Gurú, Stanley Morison, vio en unas pruebas de galera para el Fleuron una inicial medio emplumada que su amigo Eric Gill había dibujado, le gustó tanto que rápidamente le pidió que completara todo el alfabeto para publicarlo con la Monotype. Y esa fue la Initials Floriated de Eric Gill. El estilo inconfundible del escultor y grabador —que llega a su máxima libertad en los Gospels de su propia imprenta Golden Cockerell— está también presente en las plumas de esas mayúsculas floreadas. Es claro también que un Morison ávido de nuevos diseños para dar empuje a la Monotype, así como un Eric Gill necesitado de ingresos para sostener a su creciente familia, confluyeron en esa encrucijada. Sin embargo sospecho que ambos se habrían escandalizado al ver la industria tipográfica de hoy convertida en un festival de refritos.
Otro caso tan original como primoroso, las iniciales de William Addison Dwiggins para la editorial Plimpton. ¡Cuántas ganas de jugar ese hombre! Dicen que cuando Dwiggins iba por las calles se la pasaba mirando al piso, y es que recogía de la vereda pequeños restos de cosas, pedacitos, recortes, que luego usaba como elementos para alguna composición.
Una letra “E”, el principio de todo este lío
Entre otras cosas el buen Mauricio Amster diseñó más de 500 libros. No diremos, como suele decirse para justificar grandes producciones, que aquellos no eran tiempos de televisión. Sin importar la época, diseñar 500 libros es una proeza en sí misma. Una edición facsimilar de los Diez grabados populares chilenos, publicada en 1973 por la editorial universitaria y curada por el historiador Alamiro de Ávila Martel, refiere la historia de la Lira Popular. Se trata de un género literario (o quizás periodístico) cultivado en Chile (y quizás en otras latitudes, e incluso longitudes) de fines del siglo 19 y principios del 20. También se le conoce como literatura de cordel haciendo alusión a la forma en que se exhibían las páginas sueltas en la calle, colgándolas de una cuerda entre un árbol y otro. En ellas los poetas populares referían en forma de décimas rimadas curiosas historias, casi todas truculentas: robos, asesinatos, crímenes pasionales y demás episodios policiales así también como críticas políticas, desastres naturales e historias fantásticas y sobrenaturales. Los diablos y demonios ocupan un lugar preferencial, alternando entre su versión digamos carnavalesca y su versión satánica realista (o hiper realista según se juzgue creyente o no el lector; o incluso surrealista, si hemos de pensar que la vida es arte).
El texto de los Diez grabados populares chilenos comienza así: «España fue siempre un vasto campo de producción de poesía popular (…)». Esa primera E es una inicial diseñada por Mauricio Amster especialmente para la edición. Siguió el estilo inocente de los dibujos que solían ilustrar las noticias de la Lira. Pero Francisco Gálvez vio esa E y sintió que alguien debía completar el alfabeto. Unos años más tarde he aquí el resultado, dos alfabetos que recrean las escenas, inspiradas directamente en las historias de la lira popular. Refiero algunas que me parecen inquietantes.
Carreras.
Podría pensarse que estas iniciales son evocaciones universales o abstractas pero no, son transcripciones literales de la realidad, para qué nos vamos a engañar. Por ejemplo es sabido que el borracho de la letra Y fue un santiaguino Cósimo di Giusti quien sucumbió a la ginebra luego de perderlo todo en los burros, de la letra Q.
Graffiti.
En una pared de un baño público en Viña del Mar aun se halla escrita la frase “Si es cierto que in vino veritas, entonces vino gratis y justicia para todos”. La firma de tan curioso refrán está compuesta con la V y M recreadas aquí en compañía de un diablo impertinente que reza en la V y bebe en la M. Algunos dicen que Vicente Mujica es el seudónimo del autor, un juez que habría cambiado la toga por el trago, y otros dicen que la firma sólo alude a la ciudad donde apareció el mensaje.
Dulce veneno.
Otro relato enhebra las iniciales I, W, X. En un convento de clausura del archipiélago de Chiloé —poco prudente revelar la ubicación precisa— sus abnegados monjes producen desde hace siglos una jalea real cuyos poderes afrodisíacos serían de una calidad excepcional, ellos mismos aseguran. El producto habría tenido, entre los años 1890 y 1920, un efecto secundario en la población: inducía al consumidor a cometer crímenes pasionales. En W se ve cómo cobardemente dos mujeres visiblemente poseídas instigan a un inocente gentilhombre a cometer un asesinato. La investigación, primero policial y luego química, reveló el peligro de la dichosa jalea al punto que hoy se le considera el primer agro-tóxico del continente. Los monjes fueron todos condenados al encierro. Por lo que nada cambió. Las familias siguen comprando la miel y sus derivados que además de muy sabrosos son totalmente orgánicos.
Bibliofilia macabra.
La versal R (minúscula) responde en cambio a una historia increíble. En un cuaderno personal del cura ambrosiano Eduardo Ramón Jiménez figura que en la celda 44 de la penitenciaría de Devoto, en Buenos Aires, detrás de las cañerías del lavabo está escondido un ejemplar de una pequeña y oscura edición incunable de 1486 del mismísimo Ulrich Gering, titulada Illuminans explicationibus, quare non est universitatis principium motus continuitatem, un libro muy asediado desde el día de su publicación, enérgicamente condenado por la Inquisición y asimismo prohibido por otras congregaciones. En aquel libro estarían expuestas definitivamente las verdaderas razones de la existencia de Dios, de cómo el universo no tuvo un origen sino que es pura continuidad, y de cuál es el verdadero camino de reencuentro con el cosmos para toda persona de fe. Desde que el cuaderno del cura Ramón fuera descubierto, muchos fieles, seminaristas, bibliófilos y demás fanáticos han intentado hacerse del pequeño volumen sin importar las consecuencias. Así en 1895 se desató en Buenos Aires una ola tremenda de delitos, con la sola ilusión sus autores de hacerse encerrar en Devoto, llegar a la dichosa celda y empaparse de la sabiduría de aquel libro excepcional. Hasta el día de hoy no hay noticias de que alguno lo haya logrado, es mucho más fácil terminar en la cárcel que lograr que a uno lo deriven justito a la celda 44. Tal vez el libro ya fue sustraído de la celda o incluso del reclusorio y su afortunado lector lo devolvió al mundo ocultándolo en el estante de una biblioteca municipal. ¿Cómo saberlo?
Brindis hermano.
Sentido es el encuentro de reconciliación propuesto en la letra H: un soldado chileno y uno argentino brindan con sus 2 botellas, la una de carménère la otra de malbec. Sin duda dos grandes amigos que no aceptando renunciar a su legítima amistad decidieron desertar a sus respectivas milicias. Que familia y amistad son mucho más antiguas que cualquier patria.
Suicidio poco confiado.
Las dos gemelas ahorcadas que cuelgan a ambos lados de la T evocan un triste episodio acaecido en San Pedro de Atacama en 1932. Se habló rápidamente de las gemelas suicidas, pero la dificultad logística, sumado a lo apresurado de la carátula, generó desconfianza en el pueblo. Sin poder responder a la pregunta ¿qué hacían esas 2 sillas que debieron ser parte de la mortal acción, dispuestas a 4 metros de las occisas?, cinco sargentos, 3 cabos y dos inspectores de policía tuvieron que abandonar cada uno su puesto hasta que el hecho se re-caratuló años más tarde como “doble crimen”. Aun no dieron con el responsable, pero siguen buscando. Mientras tanto todos los 4 de septiembre los vecinos de San Pedro cuelgan en sus fachadas dos pañuelos negros fuertemente anudados por su extremo.
Y así.
Pícaras asimetrías
Uno de los preceptos del diseño de tipografías impone que cada parte de la familia debe responder consistentemente a la totalidad del sistema. Pero como dijo una vez Oscar Wilde, “Consistency is the last refuge of the unimaginative” (“La consistencia es el último refugio de quien carece de imaginación”). El bestiario alfabético de Gálvez se toma varias licencias al respecto. Si Ud observa atentamente verá que las correspondencias entre letras y acentos no son las esperadas. Al igual que ocurre en el cuento de Georges Perec “El gabinete de un aficionado”, una colección de pinturas puebla las paredes de un gran salón en cuyo fondo un cuadro reproduce el salón completo y todos los cuadros en su interior, por lo que en su respectivo fondo el cuadro vuelve a incluir el salón y así sucesivamente al infinito, o casi. En la historia los visitantes del salón comprueban que el cuadro original y cada réplica son ligeramente distintos, el pintor del cuadro del fondo se ha divertido en introducir variaciones que todos desesperan por descubrir: dos boxeadores están en el primer cuadro listos para empezar la pelea, en el segundo uno le ha propinado un uppercut al otro y en el tercero el golpeado yace en el piso. Etcétera. Los acentos de Amster Versal Iluminada tienen esta misma cualidad. Guitarrista y gallo cantan bajo el sol o bajo la luna según la necesidad, una señora de sociedad está por beber o ya ha bebido su buen vaso de vino, el ahorcado aun nos mira en una letra y ya dio su último suspiro en la otra, un juglar observa (o no) el acento agudo que sobrevuela (o no) el horizonte, un cura se toma varios acentos para exorcizar un demonio, y un buen etcétera que será de cortesía dejar descubrir al curioso.
Nota del editor
Somos democráticos y decidimos incluir un par de cartas de lectores, llegadas en la víspera de la publicación de esta segunda edición del libro. Cabe aclarar que no hubo primera edición en absoluto pero esta gente ha logrado acceder al contenido y nos parecía cobarde no publicar sus opiniones. Quizás suman algún interés al prólogo (o quizás lo superan ampliamente).
Carta de lector [1]: “Inconfundibles signos del demonio”
Por Bárbara de Monteagudo [vice-presidenta (y tesorera) de SCAM, Sociedad para el Cultivo de las Artes Manuales, Curuzú Cuatiá, Argentina]
“Indignación es la única palabra que cabe para describir mi sentimiento frente a esta aberración tipográfica, este insulto a la moral y las buenas costumbres para la gente de nuestra clase. Estoy ofendidísima. Una letra que es utilizada cobardemente como apología del demonio, de noticias amarillistas y hechos violentos, crímenes, asesinatos e incomprensibles hechos sobrenaturales, merece de inmediato la condena sin piedad de toda la sociedad en su conjunto, en particular de aquellos ciudadanos que hemos sido bendecidos con un espíritu refinado y la práctica de una moral intachable. En mis años de presidir la SCAM como tesorera (y recientemente vicepresidenta) jamás me había topado con un objeto semejante, de una inocencia macabra, obra inmunda de Belcebú y de las múltiples formas que adopta en esta vida. Este objeto siniestro que se hace llamar “Amster Versal Iluminada” nada tiene de iluminación sino todo lo contrario, nos hunde en el pantano de lo mundano, algo que estas escritorzuelas de bajo talante como la que escribe ese repudiable prólogo, se vanaglorian en promover. Dicen ahondar en las profundidades del alma humana cuando lo único que hacen es chapotear en el fondo del estiércol. Como ese inmoral de Wilde que gustan citar por doquier, que dijo nada más y nada menos que “todos estamos en la zanja, pero algunos miramos a las estrellas”, qué pobreza espiritual contentarse con quedarse en la zanja en lugar de esforzarse por visitar esas estrellas! ¡Precisamente en la zanja es donde siempre debió estar ese proyecto de juglar!
“En nombre de la salud familiar y la paz social, de nuestra civilización de progreso material y moral, es que hago un llamado a la sociedad, a los dirigentes y al poder para que con la mayor certeza respondamos sin titubear, usando los instrumentos de la justicia, la iglesia, la policía y si es preciso las fuerzas militares para aplastar definitivamente a los autores de este atroz atropello a nuestra moral y buenas costumbres y también perseguir a quienes contaminados de ese mismo entusiasmo demoníaco quieran fomentar su uso y aplicación. Fírmemente constituidos como SCAM hemos enviado solicitud de ex-comulgación para el autor y los editores de este siniestro diseño así como de la destrucción de todas las copias de este inextricable librillo, resultado de un arduo trabajo de magia negra, de dudosa estirpe y aborrecible sensualidad. Sin más, me despido atentamente.”
Carta de lector [2]: “A mí me lo contó mi abuelo”
Por Terencio Saldívar [bio-constructor, Temuco, Chile]
“De joven mi abuelo fue mozo, en el bar La Perla del Once porteño. A través de mi madre me llega esta historia. Algunos parroquianos a quienes atendía regularmente mi abuelo fueron más tarde celebridades del arte y la literatura, sin ir más lejos Macedonio Fernández, quien se hacía pagar los tragos por un puñado de jóvenes aspirantes a poeta, entre ellos Borges, quienes se sentaban por horas a escuchar sus historias, improbables. Incluso varias veces se fueron sin pagar. Mi abuelo recordaba muchas de esas historias contadas por Macedonio pero había una en especial que le había impactado. El tiempo ha podido exagerar algún detalle o quizás pulirlo para hacer la historia más verosímil, pero si el relato sufre de alguna incoherencia hay que recordar que un mozo atiende no una mesa sino muchas, por lo que el ir y venir supone una reconstrucción posterior, en base a la propia imaginación, de las partes de la historia que no han sido oídas. Según Macedonio, un cuñado suyo había estado en la cárcel de Devoto y allí había desarrollado amistad con un tal Umberto Belauzarán, un jesuita bibliotecario, prisionero de la celda de enfrente, la número 44, que se presumía criminal cuando era claro que no podía matar una mosca. El cura Umberto habría de protagonizar en su celda un hecho que bien puede calificarse de sobrenatural. “En primer lugar está el libro, en los 4 años que estuve en la cárcel jamás vi al cura Umberto separarse de un pequeño librito, que le dejaban tener consigo porque decía que era una biblia, hoy tengo mis dudas. Se lo pedí varias veces para escrutarlo, mi celda estaba justo en frente a la suya, pero él se negaba siempre con argumentos elegantes. Cuando no estaba sentado en el piso en silencio, sin dormir, el cura estaba leyendo ávidamente esa biblia. Hurgaba afiebradamente en sus páginas como buscando la solución a un problema superior. Si me despertaba a mitad de la noche podía escuchar a Belauzarán balbuceando lo que parecían oraciones en algún idioma desconocido, quizás antiguo. Una de esas noches, lo recuerdo perfectamente, me despertó ya no el rumor de sus plegarias sino una luz muy fuerte, primero pensé que era la linterna del guardia en ronda pero no, la luz se volvió intensa, tanto que lo ocupó todo y ya no pude ver durante no se si varios segundos o varios minutos. Noté también un sonido continuo y grave, aunque agradable, que fue subiendo de volumen al tiempo que la luz su intensidad. Por fin todo el destello se disipó y unos momentos después cuando recuperé la visión lo único que pude ver desde mi celda fue al cura Umberto recostado en el piso. No se si estaba desmayado o muerto, porque no respondía a mi llamado. Algo inexplicable había sucedido. El libro no parecía estar allí. Al día siguiente cuando pregunté por el cura preso me dijeron que se lo habían llevado a enfermería porque estaba descompensado. Cuatro meses más tarde salí de la cárcel y le perdí el rastro.” Mi abuelo, quien escuchó esta historia, decía que también le oyó a otro parroquiano de La Perla la hipótesis de que de joven Macedonio habría sido involucrado en un famoso robo al banco Nación de Trenque Lauquen ocurrido en 1892 (aunque nunca se encontró la plata). Macedonio junto a la banda habría sido atrapado, encarcelado, y liberado después de 10 meses en Devoto. Intrigado, recurrí a sus biografías. Todas habían pasado por alto ese episodio. Entonces fui a la obra de Macedonio. Primero me resultó intrigante su constante referencia al “uso sabio de la Ausencia” y a “la Muerte dulcificada”. Pero en los manuscritos de su Museo de la novela de la eterna, que estuvieron en manos de la familia Pellegrini mucho tiempo, en la página 44, Macedonio dice…” (la carta continúa, nos disculpamos por la falta de espacio, el resto será publicado en subsiguientes ediciones).
Teresita Schultz de Carabobo es reconocida entomóloga argentina. En sus momentos de ocio se entrega con pasión a la crítica del arte tipográfico. Un humor ligeramente acre destilan sus textos, quizás debido a su gran afición por la degustación de tés. También es un poco reacia a las redes sociales. Los entomólogos son un poco así, bichos raros.