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Escrito por Teresita Schultz de Carabobo  |  enero 24, 2021

De pies cavos y gorros de arlequín: las letras Toscanas, ¿travesura de origen lapidario? (Primera parte)

Tere Schultz entrega un nuevo divertimento, literario y tipográfico, para lectores apasionados. Esta vez sigue una de sus fijaciones personales: las letras toscanas. Esos objetos decorativos, delicados o extravagantes, que habitan por igual calles y catálogos tipográficos de todos los tiempos, sin perder un ápice de fuerza expresiva. Producto del ingenio ornamental, toscanas vernáculas visten los letreros de las calles de México tanto como las vidrieras de París, los fileteados porteños de Buenos Aires o los cascos de barcos pesqueros en el Amazonas. Pero esa ubicuidad decorativa, notoria e inverosímil, alarma a muchos. Por suerte, como un bálsamo sanador, Schultz desplegará aquí su hipótesis original, sospechosamente inexplorada, de cómo el estilo toscano habría nacido de una interpretación pícara de las inscripciones en piedra, (mal) llamadas lapidarias. Aunque acaso aquí el término “lapidarias” sea oportuno, toda vez que la idea alcanzara a la autora paseándose por un cementerio. (Advertencia: material sensible. Tipógrafos agnósticos y diseñadores de poca fe, abstenerse.)

Tabla de Contenidos

[ Nota: se lee mejor en pantalla de computador / ordenador. ]

Esta imagen integra varios elementos de este texto. El estilo de terminaciones de esta cruz se vincula directamente con la anatomía de las letras toscanas, tema a abordar. Y si bien las mayúsculas de la imagen no tienen relación alguna con el estilo toscano, en cambio sí hay dos elementos a destacar: la erosión de la lluvia y el viento deja un rastro singular en las palabras, unas bandas de claridad descendentes y una presencia más ennegrecida de los serifs, sobre todo superiores, de lo cual hablaremos. Y finalmente, la imagen pertenece a un paseo fotográfico que hice hace tiempo por el cementerio Père Lachaise en París, donde tuve la idea para esta nota.

Lápidas en el cementerio de Huaquechula, Puebla, México, usando varios estilos toscanos. Justamente este es uno de los pueblos más visitados por turistas para admirar las ofrendas que hacen las familias en el Día de Muertos, la celebración culturalmente más significativa del país.


Ideas preliminares

Los cementerios son ese tipo de lugares tabú, que producen en todos nosotros algún tipo de crispación o cataclismo interior. No es que no lo sepamos: aceptémoslo o no, todos vamos a morir un día. Pero a casi nadie le gusta recordarlo. Y todo mundo elige seguir distrayéndose con los pormenores de su vida, pateando la pelota para adelante, digamos, a un futuro nebuloso y lo más indefinido posible. Por lo que nada de esto impide que nos preguntemos ¿qué ocurre con la anatomía de las letras en los cementerios?

Vale la pena hacer un par de aclaraciones. Por ejemplo, mal llamamos “lapidarias” a las letras grabadas en estelas de piedra, cuando por un lado existe una infinita diversidad de inscripciones epigráficas sobre piedra que no son lápidas de tumbas; y por el otro, dentro de la práctica lapidaria en cementerios, existe una enorme variedad de estilos de letras. De hecho, prácticamente todos los estilos que se han practicado en la imprenta han sido, antes o después, también tallados sobre piedra. Por no recordar que fue sobre piedra donde evolucionó nuestro alfabeto de mayúsculas, y de las mayúsculas nacieron las minúsculas, que evolucionaron sobre soportes flexibles. Y aquí pienso: la forma de la letra no ha de ser condicionada por el medio en que se materializa. Más bien, cualquier forma debiera poder ser grabada sobre cualquier material, siempre y cuando quien lo haga tenga la destreza necesaria.

Es posible grabar cualquier forma sobre piedra. Sirvan de testimonio estos ejemplos de la diversidad de estilos de escritura de la colección epigráfica antigua del Musée des Augustins en Toulouse [FR]. Inscripción en sepultura aquí arriba y estelas epigráficas abajo. [Fotos gentileza de Loche.]

Sin embargo, y volviendo al tema: de la enorme diversidad de estilos de letras decorativas sorprende un poco la gran ubicuidad de un género ornamental en particular, las llamadas letras toscanas.

Las serifas o patines trifurcados parecen evocar los gorros de arlequín medievales.

Básicamente se considera toscana una letra cuando sus serifas o patines están bi- o tri-furcados (a veces más cantidad de extensiones) para alcanzar un cierto grado de fantasía u ornamentación. Los ejemplos son infinitos ya que, aparte de las terminales, pueden variar todos los demás elementos de la anatomía de una letra: el contraste de trazos, la relación de proporciones, ausencia o presencia de diamantes y otros elementos al interior de los trazos, sombras, texturas u otros aditamentos exteriores.


Tipo Tuscan Italic, William Thorowgood, 1825.

Tipo Tuscan reversed, Thorowgood, 1834.

Tipo Tuscan ornamented nº 3, Vincent Figgins, c.1846.

Three-line pica Tuscan ornamented, Caslon, 1849.
Toscanas rotuladas, colonia de Coyoacán, ciudad de México. Izquierda, letrero de un estacionamiento. Abajo, carteles de bares populares.

Nadie sabe a ciencia cierta del origen del término “toscano” en tipografía. Nicolete Gray, apasionada investigadora de las letras decorativas, sugiere que acaso lo habrían inventado los fundidores de tipos victorianos, no habiendo rastros históricos de tal denominación 1. Recordemos que el toscano, la lengua culta y literaria de Alighieri, Boccaccio y Petrarca, es la que terminó imponiéndose sobre los demás dialectos del Norte de Italia y es probable entonces que como “toscano” se haya bautizado de modo genérico a cualquier cosa que se creyera proveniente de esa región. 2

Por otra parte “toscano” es sólo un nombre. No sabemos en rigor histórico si es legítimo llamarle toscano ni si el estilo habría nacido en la Toscana, aunque bien podríamos imaginar que, habiendo sido el Norte de Italia la fuente fundamental de toda novedad artística, a ojos del resto del continente y durante tanto tiempo, es probable que toda innovación desprovista de nombre o lugar de origen recibiera el apelativo de italiano o toscano. Ya sabemos que todos los caminos conducen a Roma (o a Florencia) y que las huellas del Imperio Romano en todo lo que fue su territorio están aun tibias.

Lo cierto es que en el estreno del siglo XIX, con toda su proliferación de nuevos estilos tipográficos para saciar el voraz apetito de novedades de la industria publicitaria, el estilo toscano ya era un estilo bien asimilado entre impresores y fundidores de tipos.

Para fines del siglo 18 estaba ya bien claro que, aun en el contexto de una letra pretendidamente racionalista y geométrica, como la de Giambattista Bodoni, el serif bien podía “florearse” mínimamente y con ello vestirse de gala, digamos. En el *Manuale Tipografico* de Margarita Bodoni, 1801, el estilo desplegado en página 99 se transforma en una evocación de toscana en página 100, prácticamente sin ningún ajuste en las proporciones de los signos.

La toscana bien conocida de Vincent Figgins, publicada hacia 1817 con el vago nombre de “Four lines pica Ornamented Nº 2”, tenía un contraste bien pronunciado, serifas bifurcadas y círculos en las juntas, juego de texturas y línea circundante al interior, orlas emplumadas en los trazos gruesos y hasta una sombra, por las dudas. Se supone que estuvo disponible como tipo de madera, pero no hay evidencia. Imagen tomada del catálogo de Figgins de 1815. 3

Toscanas victorianas

Para quienes amamos las letras (nunca mejor el término francés, amateur) y en particular las ornamentales, la obra magnánima de Nicolete Gray Nineteenth Century Ornamented Typefaces sigue siendo la referencia fundamental, generosa en imágenes, rigor histórico, minucia y pasión. 4 Uno de los apéndices de ese volumen está dedicado a las letras toscanas en particular, y hasta donde sé ese es el único documento dedicado a la historia de este género tipográfico.

Arriba, anuncio de entretenimiento [y extracto del título a la izquierda] impreso a cuatro tintas por James Upton en Birmingham c.1870. 5
Ese estilo de letra, con terminales acampanadas y trazos facetados y a veces lados cóncavos, es el que se llamó “toscano” a comienzos del siglo XIX.

La investigación de Gray muestra cómo las primeras toscanas producidas en el siglo XIX eran más bien discretas, incluso lo que era llamado “toscano” era un estilo que hoy llamaríamos de serif acampanado (en inglés flaired serif), es decir con terminales que sugieren el serif pero que no lo dibujan, y mucho menos patines bifurcados ni nada por el estilo. Pero el estilo gustó y rápidamente se sucedieron decenas de variaciones y transformaciones al punto de dejar los límites de qué era toscano y qué no bastante borrosos, algo muy frecuente en la historia de los estilos tipográficos.

Toscana de Figgins, 1845.
Toscana de Wilson, 1843.

En un principio las serifas bifurcadas suelen estar apenas insinuadas. Pero hacia 1860 la experimentación en letras ornamentales, de madera o metal, era tal que las letras ya se habían convertido en ramas de árboles, enredaderas, manteles de flores, huesos, barras geométricas y hasta nubes. Y las toscanas no escaparon a ese proceso.

Tipo Tuscan Ornamented, Figgins, 1843. Desde esos años los fundidores desarrollan todo tipo de variantes de la idea toscana, algunas muy rebuscadas.

Iniciales toscanas inglesas, más rutilantes que discretas: Letra S, Tuscan Open de William Thorowgood, 1825. Letra E, de Marr, 1853. Y letra N, de Wood & Sharwoods, 1842.
Canon Ornamented nº 2, Thorowgood, 1834.

Five-line small pica Tuscan ornamented, Figgins, 1843.

Tipo “Lord Mayor” de Wood’s Typographical Advisor, 1862.

Tuscan ornamented nº 1, Figgins, 1846. Un ejemplo de lo que Nicolete Gray llamaría “semi-toscana.”
El fervor victoriano por las letras decorativas, y las toscanas en particular, se extendió a los territorios colonizados, incluido el lejano Oeste. Boletería en el museo del circo en Baraboo, Wisconsin. Foto gentileza: Darla Dee Hagensick.

Un apartado especial merece la mención de las toscanas en general bien asociadas a carteles de espectáculos y en particular de circos. Sin embargo esto parece una impronta del siglo XX. Los carteles de circos de épocas precedentes no muestran un uso particular de toscanas, sino de otros estilos. Pero en el imaginario colectivo de los carteles de circos esas letras toscanas texturizadas, divididas en sombra y luz verticalmente, suelen ser el primer estilo en evocarse. 6


Two-line small pica Tuscan nº 9, Miller & Richard, 1857.

Two-line great primer ornamented nº 8, Miller & Richard, 1857.


Tras las huellas del estilo

En su preciado libro American Wood Type: 1828-1900 Rob Roy Kelly sugiere una teoría de cómo habrían evolucionado las toscanas a partir de la transformación de los serifs de las redondas (o romanas), antiguas o góticas, los tres estilos plenos ya bien asimilados. 7

Diagrama de Rob Roy Kelly de su libro ‘American Wood Type: 1828-1900’ queriendo demostrar cómo las toscanas se derivaron a partir de estilos precedentes.


A. Grabado en un dintel de puerta a la calle, Madrid.
B. Cruz occitana, basílica de Saint Sernin, Tolosa, Francia.
C. Pieza de amarre de barcos en un muelle del río Arno, Florencia.
D. Puerta lateral de una iglesia en Metz, Francia.

Sin embargo, la hipótesis de que las formas tipográficas de imprenta evolucionaron de modo endogámico o autoreferencial, sin mayor conexión con otras formas visibles en vía pública, con otros elementos también naturales a la arquitectura y a las artes decorativas como la ebanistería o la herrería ornamental o, ciertamente, las inscripciones lapidarias de los cementerios, luce limitada o incluso ingenua para mí. Dada la naturaleza de gran diversidad de soportes y materiales en que los humanos hemos dado en grabar las letras, además de infinitos otros elementos expresivos, y dada la natural interrelación y entrecruzamiento de estilos consecuente, observable en la historia de la caligrafía, la rotulación y la tipografía, una hipótesis que vincule la manifestación de las letras toscanas con la totalidad de la expresión visual, pienso, gozaría de mayor sentido común.

Aquí un ejemplo bien gráfico de cómo la creatividad local puede anticiparse a cualquier teoría en materia de coherencia estilística. En el sitio arqueológico de Mitla, Oaxaca, México [en realidad San Pablo Villa de Mitla, cuyo nombre original en náhuatl es Mictlán o “Lugar de muertos” —como se ve, no nos salimos del tema—], destacan los frisos de patrones geométricos, siempre diferentes, que decoran los muros. Y en las inmediaciones del lugar hay un restaurant que se anuncia con el estilo de letra adecuado.

Como demostrara el padre Edward Catich hacia 1968, el pincel de punta chata en manos de los calígrafos imperiales es lo que dio origen al serif y a la anatomía de la capital romana, con su modulación de trazos finos y gruesos.

Pies cavos I. Mayúscula R color verde, trazada a pincel por Catich. Mayúscula R color rojo, copia fotográfica de capital trajana original [estela en la base de la columna trajana en Roma]. La concavidad severa que el encuentro de los dos trazos de pincel dejaba, en ambos extremos del trazo vertical, era luego interpretada con sutileza y sentido común por el cincelador, quien tallaba de modo de otorgarle a la letra su unidad plena y armónica.

Pies cavos II. Dos interpretaciones modernas de estilos antiguos, ambas por Robert Slimbach para Adobe: a la izquierda Jenson, a la derecha Garamond. La concavidad sinuosa en la base de serifas, tanto en I mayúcula como en n minúscula, evoca aquella concavidad original de las capitales a pincel. Una de las caracterísitcas del estilo antiguo, y que más tarde el estilo moderno reemplazará por un pie plano.

Por otra parte la tendencia a la bifurcación de terminales es una característica común en el floreo de todo estilo decorativo y se da naturalmente a lo largo de toda la sucesión de géneros ornamentales.

Iniciales lombárdicas, unciales y semiunciales, góticas y caligrafías de fantasía son ejemplos bien comunes de bifurcación de terminales tal como se practica en las toscanas. La primera R a la izquierda es del gran escriba renacentista Ludovico Vicentino degli Arrighi.


Plano de referencias del Père Lachaise para situar el camino a tumbas de interés.

Epifanías de cementerio

Habría dos formas de circunnavegar el cementerio Père Lachaise de París: acudir al plano oficial a la entrada del predio para ubicar la o las tumbas de celebridades para visitar o, si uno dispone del tiempo, perderse indefinidamente por las calles y dejarse sorprender de pronto por un apellido célebre o un epitafio conmovedor.
Sin duda la tumba de Oscar Wilde es de las más masivamente concurridas. La escultura modernista de su panteón llama la atención a la distancia pero, ya de cerca, el infinito palimpsesto de besos “personales” en lapiz labial es abrumador. Parte del folklore de ultratumba de las celebridades.

Tumba de Oscar Wilde.
La discreta y sencilla epigrafía con el nombre de Proust es una interpretación personal de un estilo tipográfico moderno, no lejano a Diotima de Gudrun Zapf por ejemplo.

En cambio la tumba de Marcel Proust casi pasa desapercibida, más a tono con el perfil introspectivo del novelista.
Ni hablar de nombres de familia celébres en la historia de la tipografía — que probablemente no correspondan con la familia del tipógrafo en particular, pero el estremecimiento al leer esos nombres es el mismo.

Ángulos y serifas

Una observación atenta de la anatomía de las letras grabadas en piedra (o en madera) arroja algunas conclusiones, un poco evidentes, pero de las que no se habla mucho. La primera tiene que ver con la importancia que tienen las serifas en el reconocimiento de los signos. Esta semi-verdad históricamente presente en la intuición de los diseñadores, aunque muy poco sustentada por los resultados de las pruebas empíricas de psicólogos de la percepción dedicados a investigar en legibilidad, puede vincularse con ciertos hallazgos científicos en materia de fisiología de nuestra corteza cerebral, por ejemplo los de David Hubel y Torsten Wiesel en los años 70. 8

Dos formas de sugerir un cuadrado. No obstante el de la izquierda ocupa más tinta, es más difícil de comprender como cuadrado que el de la derecha, definido tan sólo por sus ángulos. Evidentemente los ángulos portan mayor información, o mayor calidad de información, en la percepción de las formas.
Inscripción en Florencia. Por informal que sea, toda inscripción lapidaria pone en evidencia la relación de curvas interiores del grabado, sugiriendo ópticamente la importancia de los terminales o serifs. Foto: gentileza de Loche.
Inscripción en Père Lachaise. En la mayoría de los casos las serifas resultan cruciales en la definición global de la letra y de la palabra. Pintadas o no, y con o sin incidencia de la luz.

Sin embargo la letra no es una sumatoria de ángulos y formas sino una pequeña totalidad. Así como no leemos letras aisladas sino palabras y conjuntos de palabras, del mismo modo nuestros ojos, nuestro cerebro, nuestra experiencia, capturan las formas y sus interrelaciones de un modo inteligente, holístico, utilizando mecanismos muy sutiles de predicción, selección y descarte, que colaboran a varios niveles de percepción en la complejísima y veloz tarea de extraer sentido de un texto.

Aunque hoy luzcan incoloras, las inscripciones antiguas estaban pintadas, generalmente en bermellón o azul. La presencia de partículas de pigmento al interior de las inscripciones sugirió a los investigadores por un lado que las letras se pintaban luego de ser talladas en la piedra, pero por otro lado también que, antes de ser grabadas, un calígrafo escribía el mensaje a pincel. Sólo cuando el texto estaba perfecto, el cincelador procedía a tallar. Esta hipótesis fue presentada brillantemente por Edward Catich en 1968. 9
Prueba en yeso confeccionada por el padre Catich a partir de la célebre estela epigráfica al pie de la columna trajana en Roma, para probar la importancia que tenía para la legibilidad el pintar las letras. La lectura quedaba garantizada por la pintura, y la pintura quedaba protegida por el grabado. La profundidad del tallado no era significativa. La estela trajana es un buen ejemplo de grabado superficial. Una profundidad suficiente, pero no excesiva, ahorraba tiempo, pero requería mucha más habilidad por parte del grabador.


Tumba de Julio Cortázar en el cementerio de Montparnasse.

De un cementerio al otro, y viceversa

De hecho parte de mi epifanía tuvo lugar tiempo antes en otro cementerio parisino, el de Montparnasse, frente a la tumba de Julio Cortázar, visita obligada para una lectora admiradora. Su nombre, así como el de dos de sus dos entrañables mujeres, 10 están tallados en una mayúscula romana poco formal (típica de ese cementerio) sobre la cara horizontal de la plataforma en piedra blanca. Por encontrarse la tumba a poco nivel elevado del suelo ofrece al visitante un ángulo de visión de los nombres que permite escudriñar las marcas oscuras que el tiempo y la acumulación de polvo van dejando en el interior de las letras. Así los ángulos de encuentro entre las paredes interiores de los signos quedan más marcados y producen la ilusión de una letra toscana, de serifs bifurcados. Incluso, debido al contraste de tono entre el grabado y la piedra, es fácil imaginarse las letras J U L I C T como hechas directamente en estilo toscano.

En este ángulo de la foto resultan de mayor preponderancia visual las serifas superiores por sobre las inferiores, pero si uno se sitúa en un ángulo opuesto, la relación se invierte. Esto también sugiere la hipótesis de que la tridimensionalidad resultante de una inscripción epigráfica permite, a un lector en movimiento, ser testigo de la sutil (y a la vez fantástica) transformación de su anatomía interior a medida que va cambiando su punto de vista. Los epitafios lapidarios son la forma monumental de los tipos de plomo. Aquello que evoca lo perenne se graba en bajorrelieve.

La clásica inscripción a encontrarse por ley en escuelas y colegios así como en los edificios de estado municipal en París. El polvo y la erosión hacen lo suyo. En los bastones verticales, las caras laterales lucen más claras mientras el triángulo que dibuja el serif superior enmudece por la suciedad. Naturalmente se forma una toscana.
Otro ejemplo de cementerio. En un twitt reciente Stephen Coles se pregunta, como nosotros, si las toscanas no pudieron haber surgido del efecto de luz y sombra de las inscripciones en piedra. Foto de Stephen Coles en el cementerio de Ketchum, Idaho, EU. 11
En la detallada descripción de las letras arquitecturales o monumentales que Edward Catich hace en su obra “The Origin of the Serif’ deja en claro cómo los cortes en V al interior de las letras debían estar en un mismo plano. También se comprende rápidamente cómo las curvas que componen el serif hacia el interior del grabado son la forma más eficiente de tallarlo sobre piedra.
Otro ejemplo, de Michael Harvey, maestro grabador en piedra 12: acercamiento del friso que grabó en 1989 en una de las alas del edificio de la National Gallery, Londres. Las condiciones de luz específicas de la foto resaltan las curvas del grabado de la serifa de base. Letras de unos 45 cm de altura.

Claramente las toscanas son letras en sí mismas, no evocaciones de otras letras. Es decir, parafraseando a Eric Gill, son cosas, no imágenes de cosas. Y desde hace mucho tiempo se han ganado su lugar entre los géneros decorativos. Sin embargo ¿de dónde surgieron? ¿Cuál fue el primer ejemplo?

Nicolete Gray nuevamente intenta echar luz sobre este tema rastreando las huellas primigenias de las toscanas. Dice que están vinculadas a las inscripciones griegas antiguas y a su vez a la escritura cuneiforme, con sus características terminales bífidas. Nada de esto es extraño sabiendo que en escritura los nuevos estilos siempre provienen de la combinación de estilos ya establecidos.

Filócalo: el gran precursor

El arqueólogo Giampaolo Virga en su texto en línea “La Calligrafia Damasiana” afirma que “el Papa Dámaso ascendió al trono de Pedro en 366. Un período difícil para la Iglesia primitiva, en ese momento presa de fuertes tensiones en el frente de las herejías. Al reafirmar la supremacía de la sede apostólica romana, Dámaso puede considerarse el primer papa patrón de la historia. Preocupado por la mejor conservación de los lugares de enterramiento de los primeros mártires cristianos, hizo que se llevaran a cabo obras de restauración y ampliación en muchos cementerios.” 13

La cristalización de un estilo toscano más formal y refinado recaería en la figura de Furius Dionysius Filocalus, un talentoso calígrafo y epigrafista romano activo en la segunda mitad del siglo IV, y que fuera el escriba más importante del papa Dámaso. Thomas Noble dice que “En varios casos, nuestra pista sobre la responsabilidad de Dámaso por las inscripciones relevantes son sus letras filocalianas. (…) Filocalus creó una letra particularmente hermosa y distintiva.” 14

Cultor de la poesía, el papa Dámaso compuso versos en honor de los mártires para conferirles un digno entierro. Para ello encargó a Filócalo la elaboración de un estilo singular de caligrafía para transcribir en sus lápidas. Arriba: célebre estela dedicada a Santa Inés, Basílica de Santa Inés Extramuros, Roma. Abajo der.: acercamiento a esa misma incripción. Abajo izq.: inscripción en capilla papal, cementerio de San Calixto.

Por lo mismo, según Virga, esta caligrafía se llama Damasiana o Filocaliana. Mayúsculas toscanas muy anchas, con serifas trifurcadas, muy elegantes y en ocasiones pintadas en rojo y negro. Y Virga remata: “Cuando nos encontramos con un ejemplo de lápida con epígrafe en caracteres damasianos, podemos decir con gran probabilidad que estamos cerca de una tumba en la que descansa un mártir.”

Filocalus, versión digital por el noruego Ellmer Stefan [2016]. La interpretación es fiel aunque las serifas lucen un poco mecanizadas. Diferencias esperables entre epigrafía y tipografía.

Y otra vez Nicolete Gray: en su texto “The Filocalian Letter” 15 destaca la importancia de profundizar en el estudio de la obra de Filócalo como uno de los artistas de letrismo más singulares de todas las épocas. Según Gray, la prueba sobreviviente de su trabajo ha sido investigada por grandes eruditos de todos los tiempos y en los años 50 del siglo pasado se hicieron estudios definitivos tanto de sus inscripciones como de las copias de un manuscrito perdido. En palabras de Gray: “(…) El conocimiento fragmentario que tenemos de la obra de Filócalo lo cataloga de inmediato como muy notable. Se conocen los nombres de los practicantes de la escritura tanto romanos como medievales, pero ninguno de sus trabajos nos da una impresión clara de personalidad. Filocalus es comparable más bien a los grandes impresores, o a artistas tan modernos como Rudolf Koch o Eric Gill; como ellos, su obra tiene la cualidad de la originalidad, en su caso en un grado muy alto, lo que la marca como producto del artista consciente.” 16


Continuar a la segunda y última parte del artículo.

Teresita Schultz de Carabobo es reconocida entomóloga argentina. En sus momentos de ocio se entrega con pasión a la crítica del arte tipográfico. Un humor ligeramente acre destilan sus textos, quizás debido a su gran afición por la degustación de tés.

  1. Nicolete Gray, Nineteenth Century Ornamented Typefaces, Londres: Faber and Faber, 1976. En el primer apéndice, dedicado a las letras toscanas.

  2. Del mismo modo que se dice que las tipografías de estilo “egipcio” se llaman así, absurdamente, porque en la época en que se pusieron de moda, a inicios del siglo XIX, todo lo que tuviera que ver con el Antiguo Egipto estaba igualmente en boga, luego de las campañas de Napoleón a ese país a partir de 1798 y de su regreso a París con los tesoros saqueados.

  3. Berthold Wolpe (editor), Vincent Figgins Type Specimens — 1801 and 1815, Londres: Printing Historical Society, 1967.

  4. La edición original es de 1938 pero la revisada y aumentada de Faber and Faber de 1976 es la más completa y también la más hermosa. Nicolete Gray, Nineteenth Century Ornamented Typefaces, Londres: Faber and Faber, 1976.

  5. Imagen tomada de Michael Twyman, Printing 1770-1970, Biblioteca Bitánica, Oak Knoll y Universidad de Reading, 1970 y 1998.

  6. Una buena referencia para el tema: En su artículo “Leeds Playbills website” Nick Sherman comenta un atractivo proyecto de recopilación de carteles de espectáculos de Leeds (GB), con su uso extensivo de tipos de madera — http://woodtyper.com/917.

  7. Texto original: “Rob Roy Kelly demonstrated in his American Wood Type: 1828–1900, that Tuscans were derived from one of three primary, plain faced styles: Roman, Antique, or Gothic.” Extraído el 14/11/2020 de: https://woodtype.org/blogs/news/91-antique-tuscans-in-america.

  8. Para los interesados, aquí una introducción amigable, en inglés: https://knowingneurons.com/2014/10/29/hubel-and-wiesel-the-neural-basis-of-visual-perception/.

  9. Edward Catich, The Origin of the Serif. Brush Writing & Roman Letters, St Ambrose University, Iowa 1991. Pimera edición 1968.

  10. Carol Dunlop, la escritora estadounidense que fuese la última compañera de Cortázar, fallecida en 1982, y Aurora Bernárdez, su primera mujer, fallecida en 2014, sus restos exhumados en Père Lachaise y reunidos en la tumba del escritor en Montparnasse.

  11. Fuente: https://www.flickr.com/photos/stewf/48385062881/in/album-72157709910968801/

  12. Michael Harvey, Adventures with Letters. A Memoir by Michael Harvey, Sheffield: 47 editions, Gran Bretaña 2012.

  13. Giampaolo Virga, “La Calligrafia Damasiana”, blog Allontanarsi dalla linea gialla (Alejarse de la línea amarilla. Agosto 17, 2017. Mi traducción.)

  14. Thomas F. X. Noble, “The Multiple Meanings of Papal Inscriptions in Late Antiquity and the Early Middle Ages”, en The Early Reception and Appropriation of the Apostle Peter (60-800 CE), pp.58–80. https://doi.org/10.1163/9789004425682_005. Recuperado de internet el 1º de octubre 2020.

  15. Gray, Nicolete (1956). «The Filocalian Letter». Papers of the British School at Rome 24: 5-13.

  16. Nicolete Gray, The Filocalian Letter, British School at Rome, 1956. Publicado en línea por la Cambridge University Press: 09 agosto 2013. https://doi.org/10.1017/S0068246200006747 Copyright © British School at Rome 1956. Mi traducción.

Jean-Luc Godard,
el tipógrafo de la cámara

De pies cavos y gorros de arlequín: las letras Toscanas, ¿travesura de origen lapidario? (Segunda parte)